Samuel fue un gran profeta y difundió la palabra de Dios en muchas ciudades y durante mucho tiempo. Como era de esperar, él envejeció y nombro a sus hijos como continuadores de su misión divina, pero lamentablemente ellos no eran buenos jueces.
Los sacerdotes israelítas le decían a Samuel que el pueblo estaba cansado de jueces y que querían a un Rey. Y aunque Dios le dijo que los desengañe, el pueblo seguía exigiendo un Rey. Dios, se presentó a Samuel y le dijo: "Mañana te buscará un israelita justo. Él será su nuevo Rey."
Tal como lo dijo, llegó un hombre grande y fuerte llamado Saúl. Samuel lo ungió con aceite y así, él se ganó el afecto de su pueblo liderándolo cuando debía defenderlo. Sin embargo, al desobedecer a Dios, precipitó su propia caída Saúl.
(Samuel 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13)