El pueblo de Israel seguía adorando a Ídolos, Baal era uno de ellos y era adorado por unos ochocientos sacerdotes inmorales.

Elías se acercó a Acab para convencerlo que debía volver al buen camino con el pueblo, y que se olviden de aquellos falsos ídolos y adorar de nuevo a Dios. Elias llevó a Acab a la montaña más alta acompañado del pueblo y los sacerdotes. Allí demostró el poder de Dios.

En aquel lugar, se montó un altar de sacrificios e invitó a los fieles que invoquen a sus Ídolos esperando que aviven el fuego del altar. Muchos oraron pidiendo gracia a Baal, pero este tras muchas súplicas jamás se asomó.


Cuando le tocó el turno a Elías, se puso de rodillas y oró. Invitó a la gente que hicieran lo mismo. De ese modo, el altar del sacrificio se encendió con fuego llegado al cielo. Cuando la gente notó el poder divino de Dios, destruyeron a Baal y eliminaron a todo falso sacerdote.

(1 Reyes, 18)